El camino más rápido hacia la iluminación

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I. Gurdjieff llamaba a sus enseñanzas «Aida-Yoga». Es la forma más rápida, pero también la más difícil, para alcanzar la iluminación. Además de lo que Uspensky escribió en su libro «Fragmentos de una enseñanza desconocida», este yoga incluye otras maneras de aprender muy intensivas.

Una de ellas es el dominio constante de nuevos tipos de trabajo y nuevas actividades. Cuando una persona empieza a dominar una nueva profesión, tiene que estar constantemente en las partes intelectuales de los centros: debe prestar más atención, estar más despierta. Una vez que ha dominado su profesión, la persona empieza a hacerlo todo de manera mecánica y se adormece.

Por ello, en cuanto una persona había dominado su nuevo trabajo, G. I. Gurdjieff le daba una nueva tarea: hacer algo que aún no era capaz de hacer, dominar siempre algo nuevo, en particular algo que le resultaba difícil, pues esto era lo que más nos despierta y nos hace aprovechar al máximo nuestra fuerza y habilidades. Lo mismo pasaba con los bailes y los ejercicios: cuando una persona dominaba un ejercicio, le asignaba uno nuevo, para que nada se mecanizara y tuviera que esforzarse conscientemente siempre.

Lo más difícil de dominar y lo más efectivo era la enseñanza a través de la creación de situaciones que tuvieran un efecto potente sobre las emociones de una persona, especialmente si esa persona no se lo esperaba. Por ejemplo, G. I. Gurdjieff podría empezar por regañar a un discípulo cuando lo había hecho todo bien y esperaba que lo elogiaran. Era muy difícil de asimilar, ya que parecía injusto, pero todo era en beneficio de la práctica espiritual. De tal manera, esa persona tenía que hacer un esfuerzo más consciente para lidiar con las emociones negativas que surgían en respuesta a las mentiras sobre la justicia y nuestra concepción del bien y el mal. 

Al mismo tiempo, G. I. Gurdjieff debía ser un actor excelente. Fingía ira, irritación, desprecio, indiferencia, etc., y parecía una persona iracunda e insoportable.

 

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Este método de enseñanza a través de las situaciones se conoce desde la Antigüedad. Por ejemplo, se practicaba en el budismo Zen, en el que el maestro podía llegar a cortarle el dedo a su discípulo para que experimentara el satori. Jesucristo también usaba este método. Llegó incluso a convertir su muerte en un misterio teatral, en el que todos sus discípulos tuvieron que interpretar sus papeles conscientemente, incluido Judas, que tenía el más difícil: el del traidor.

La tradición de aprender a través de las dificultades se remonta a la creación misma de este mundo. Nuestro mundo físico fue creado por Dios para servir como una gran escuela, en la que Él nos enseña a todos a través de las circunstancias de nuestras vidas y las dificultades, la necesidad de aprender algo nuevo a través de la maldad y la injusticia, la necesidad de distinguir la verdad de la mentira, a través de la enfermedad y la muerte de seres queridos, la pérdida y el duelo.

La vida parece estar formada por franjas de oscuridad y luz, creadas por los aspectos malos y nuevos de los planetas. En lo bueno podemos descansar, reunir fuerzas, y en los malos aspectos hay situaciones de las que podemos aprender en forma de determinadas dificultades de la vida. A nivel de la sociedad, el aprendizaje se presenta en forma de guerras, revoluciones, epidemias, hambrunas, etc. 

Al ser la vida una escuela de Dios, no hay forma de librarse de las guerras, la maldad, las enfermedades y la delincuencia y crear un mundo espiritual de luz. Un lugar en el que solo hay luz, carente de guerras, violencia, mentira, enfermedades, vejez y otros males del mundo físico nos espera después de la muerte en el plano sutil. Allí se encuentra el paraíso. Y el infierno es nuestra vida en la Tierra.

Pero esto no quiere decir que debamos amargarnos y dejar de esforzarnos para hacer de este mundo un lugar mejor. Al contrario: nuestro objetivo,a pesar de toda la maldad que hay en la Tierra, es intentar aportar tanto amor, tanta compasión, espiritualidad, amabilidad y apoyo como podamos a aquellos que lo necesitan. Es así como nos desarrollamos.

La diferencia entre la vida en la Tierra y la escuela del Ida Yoga es que la escuela permite comprender todo lo que sucede. Y las situaciones son mucho más frecuentes que en la vida. Y, por ello, el desarrollo se produce mucho más rápido. Y, al ser mucho más rápido, no se requerirán tantas reencarnaciones para participar en guerras, revoluciones y otras circunstancias duras de la vida terrenal. En la escuela, aprendemos inmediatamente lo necesario para llegar sistemáticamente al paraíso, al plano sutil.

Es necesario encontrar el Reino de Dios en nuestro interior, es decir, desarrollar el amor, la plena consciencia y el contacto constante con el Señor, vivir para ayudar a los demás. Solo así podremos hacer lo que Él quiere de nosotros.

 

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Otro instrumento del Aida Yoga es el teatro. Pero, a diferencia del teatro ordinario, este teatro esotérico no interpreta obras sociales, sino que, en primer lugar, enseña a las personas a encontrar sus papeles, sus falsas personalidades, y a exagerarlas, interpretarlas, para estudiarse a sí mismos y separarse de ellas. Luego, este teatro nos enseña a interpretar los papeles de los demás, para mostrárselos. Es decir, a convertirnos en una parodia de otra persona, en un espejo en el que se vea reflejada, y a enseñar a la gente a interpretar los papeles que no se le dan bien en la vida. No se trata solo de interpretar algo externamente, sino de ser capaz de cultivar la energía correspondiente, de modo que, si una persona interpretara a un santo o incluso a Cristo, adquiriera ciertas cualidades de santo o incluso del mismísimo Jesús, sin dejar de observarse a sí misma y a los procesos que se producen en ella durante estas situaciones inusuales.

 

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El desarrollo humano es un cambio de su percepción, su psique, el despertar de su consciencia, la desidentificación con la mentira que pensaba que era. Y todos estos procesos son bastante dolorosos. Es imposible volverse perfecto tirado en el sofá. Hay que esforzarse, lidiar una lucha interior con las falsas identidades y las ensoñaciones.

Si bien es muy difícil empezar esta lucha en condiciones tranquilas y cómodas, cuando surgen dificultades, estrés o una fricción interna entre el «sí» y el «no», se movilizan todas las fuerzas de la humanidad. Lo quiera o no, esa persona tiene que despertar. Y si en ese momento, en lugar de resentimiento y maldiciones hacia la fuente de los problemas, esa persona se estudia a sí misma, hace sobreesfuerzos y trabaja en sus vicios, puede lograr muy buenos resultados.

Por eso G. I. Gurddjieff dijo que las revoluciones y todos los horrores que vienen con ella pueden ayudar a trabajar en uno mismo. Postergó deliberadamente su huida, permaneció en el territorio en el que había hostilidades, pogromos, hambrunas y enfermedad a fin de aprovechar esas situaciones difíciles como inicio para su despertar, como trampolín para sus esfuerzos.

Planeó y organizó dos incursiones en los montes del Cáucaso y trabajó en el territorio en el que tenía lugar la guerra. E, incluso después de asentarse en el próspero y cómodo entorno francés, siguió creando dificultades artificiales para sus discípulos para seguir empujándolos hacia el desarrollo.

Trabajo extenuante y condiciones de vida precarias. Comida y sueño mínimos, ausencia de comodidades y, lo más difícil de todo, sus ataques constantes a los discípulos. Muy a menudo descargaba su ira con unos y otros, los humillaba, ridiculizaba, insultaba y acusaba injustamente. Pero todo lo hacía con el propósito de empujarlos a trabajar en sí mismos, a despertar; de crear una situación que les permitiera ver los lados más oscuros de sí mismos y corregir sus emociones negativas cuando aparecieran. Si, en esa situación, un discípulo empezaba a trabajar en sí mismo, podía avanzar mucho en su desarrollo. 1 o 2 días de un desarrollo así serían mucho más significativos que 10 años de meditación en una cueva.

Pero no todo el mundo comprendía esto; ni siquiera una persona tan inteligente y con tanto talento como P. D. Uspensky no podía aceptar este método. Prefería filosofar en lugar de trabajar en sí mismo, y consideraba a G. I. Gurdjieff una «fuente contaminada» después de empezar a interpretar un papel histérico y escandaloso.

Y muchos otros, como hizo P. D. Uspensky, se alejaron de G. I. Gurdjieff, repugnados por este juego en el que se hacía pasar por un hombre insensible y despótico, hacía el tonto, realizaba brindis para idiotas, evitaba responder a preguntas filosóficas y se comportaba de forma muy desafiante. Todo lo contrario a la que la gente quería ver. De esta manera, preparó una situación en la que la gente debía distinguir lo externo de lo interno, la esencia de un hombre de los papeles que interpretaba. 

Muy pocos eran capaces de hacerlo, pero esas pruebas, por encima de todo lo demás, eran lo que podían ayudar a un discípulo a verse tal cual era, trabajar muchas falsedades y prejuicios en sí mismo, aprender a dominar su psique, mantener la plena consciencia y el pleno autocontrol a pesar de las influencias externas.

Al mismo tiempo, se nos permite ver el sufrimiento de otros seres para que en nosotros se despierte compasión, empatía, misericordia y amor hacia ellos. Tenemos que dejar de ser egoístas y ayudarlos, unirlos con el amor y la compasión del mundo entero. Ayudar a quien está sufriendo equivale a 1000 oraciones en una idea, porque las emociones sublimes deberían ser el resultado final de nuestro trabajo. Es el segundo impulso consciente de la octava de las impresiones.

 

 

 

 


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