Los tesoros del alma

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El ser humano es una criatura compleja, compuesta de muchas partes. Tiene 7 cuerpos, 7 centros y numerosas personalidades.

Sin embargo, no se conoce por completo y desconoce los tesoros que se ocultan en su interior. Si hablamos de los cuerpos superiores del ser humano, podemos llamarlos «alma» en su conjunto. A los cuerpos inferiores, en cambio, podemos llamarlos «carne». La carne es simplemente materia, una combinación de tierra, agua y el resto de los elementos, animada por el alma. El alma existe en todos los seres vivos e incluso en ríos, montañas, lagos, etc., y el alma de esos lugares se llama Ayami.

En esencia, el alma es una partícula de Dios, y es igual en todos los seres. Se podría decir que todos los seres son una versión de Dios que se ha olvidado de sí mismo. Pero, en diferentes seres, el alma se manifiesta a diferentes niveles. Por ejemplo, el alma de un gusano se expresa de forma tan reducida que es incapaz de emociones sublimes, consciencia de uno mismo o de los demás, a diferencia de un humano.

En los vertebrados, la manifestación ya es mayor: tienen emociones y capacidad de comprensión. 

Las plantas ocupan una categoría especial: en ellas, el alma se manifiesta con mucha fuerza. 

Los ángeles, sin embargo, no tienen la capacidad de actuar que tienen los humanos o los animales.

El Ayami también existe a un nivel muy alto, pero pertenece a los espíritus, es decir, a los seres incorpóreos. En ellos, el alma también se manifiesta a diferentes niveles.

En las larvas es primitiva, y en los demonios se expresa de forma pobre y carente de emociones exaltadas.

En algunos extraterrestres, puede estar más desarrollada que en los humanos. Sin embargo, dentro de la humanidad misma, el alma se manifiesta a diferentes niveles en diferentes individuos: hay santos en los que el alma es más pronunciada, y hay personas primitivas que viven únicamente en la carne, impulsadas por los instintos, o personas muertas que viven solo a través de identidades falsas, es decir, las ideas y creencias que les impone una sociedad enferma. No tienen corazón y no pueden sentir la vida, lo que significa que carecen de emociones exaltadas, conciencia, amor o ideas independientes. No tienen más que plantillas y emociones y reacciones estereotípicas que han adquirido a través de la imitación de la gente que les rodea desde la más tierna infancia. Las personas así se ven privadas de la posibilidad de crecer y desarrollarse.

La perfección del ser humano radica en una manifestación más completa del alma y en la eliminación de obstáculos de la falsa personalidad y la carne, que vive por instintos primitivos, es decir, el centro instintivo que solo busca la comida, el sueño, la comodidad, la reproducción, etc. 

¿Cuáles son los tesoros ocultos en el alma que las personas tienen que manifestar para desarrollarse?

Son 7, y cada uno de ellos equilibra y complementa los demás, como las caras de un diamante.

 

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El primero es la esperanza, la aspiración del alma a Dios: la oración, el deseo de estar con Él, unido a Él. Es lo más necesario para el desarrollo del alma, ya que nada es posible sin ayuda de Dios.

La segunda es la aspiración, que es la diligencia del hombre, su fervor, su tapas, que lo lleva por el camino del desarrollo y la ayuda a los demás. Impide que la esperanza se vuelva pasiva y lo deje todo en manos de Dios, pues la fe requiere trabajo o, como se suele decir: «A quien madruga, Dios le ayuda».

El tercero es la búsqueda de la tranquilidad, el silencio que le impide volverse histérico o fanático. Es necesario ser capaz de mantener la calma, cultivar constantemente el silencio y la tranquilidad de la mente. La paz en el alma, la tranquilidad se fortalece en las duras pruebas y situaciones irritantes que la Escuela a menudo dispone ex profeso para trabajar en ella.

En cuarto lugar, para no volverse cruel e insensible, la persona debe ser capaz de manifestar amor, compasión y misericordia por otros seres para que podamos vivir para ayudarlos.

Es por eso que Dios crea a tantos enfermos, ancianos y desfavorecidos, para que podamos cultivar nuestro amor ayudándolos.

El amor es la energía suprema del Universo. «Dios es amor, y quien permanece en amor permanece en Dios». En el amor no hay temores, ya que el temor es una tortura. El amor perfecto prevalece sobre el miedo. Quienes tienen miedo no aman de verdad».

El quinto es la austeridad que equilibra el amor hacia uno mismo y hacia los demás, porque el amor sin austeridad puede llevar a unos padres a mimar a su hijo y complacer todos sus vicios, de modo que este crecerá egoísta, perezoso e inclinado a la delincuencia, y se convertirá en un castigo para tales padres.

Hay que ser austero con uno mismo, para que la falsa personalidad y la carne no puedan menoscabar la grandeza del alma, ni hundirla en lo terrenal y reducir al hombre al nivel de un animal.

El sexto es un sentido maravilloso de la verdad y la armonía. Es la conciencia.

Incluso a los niños, Dios les da el poder de saber lo que está bien y lo que no, para escapar del mal. Para ello, debe escuchar a su conciencia, la voz de su alma. Si lo hace, no se equivocará y vivirá siguiendo los mandamientos de Dios.

Pero no hay que confundir la conciencia con la vergüenza. La vergüenza es fruto de la sugestión. Las personas se avergüenzan al quebrantar reglas de una sociedad enferma, como, por ejemplo, caminar desnudo, sucio, etc. La conciencia no se fija en esto, sino en si una persona hace el bien o el mal tal como lo entiende Dios, si es fiel a sí mismo o se autoengaña, si siente remordimientos o justifica cada tontería que hace. Es fácil enterrar la conciencia, como todas las demás cualidades del alma, entregándose a los vicios y justificando las mentiras, favoreciendo el mal y las emociones negativas. Pero es esto lo que más miedo debería darnos: matar nuestra alma y enfadar a Dios, porque entonces, en lugar de la vida en el plano sutil, que es lo más parecido al cielo, nos condenaremos al infierno de esta vida terrenal hasta que recuperemos el juicio y comencemos a desarrollarnos. Cuando lo hagamos, Dios nos enviará nuevas dificultades y experiencias.

Por esta razón el hombre no recuerda su vida en el plano sutil, en completa libertad, moviéndose a la velocidad del pensamiento, cumpliendo cualquier deseo con tan solo imaginarlo, en plena omnisciencia y sintiendo constantemente la presencia de Dios y su gracia… No lo recuerda para poder vivir en su cuerpo. De lo contrario, la encarnación en el cuerpo físico le habría parecido tan terrible como despertar vivo en el ataúd de un hombre enterrado, frío, estrecho, y atormentado por una terrible asfixia por falta de aire, retorciéndose, con los ojos desorbitados, arañando la madera del ataúd mientras le hace espuma la boca.

Para evitar eso, el hombre no recuerda su vida en el plano sutil, y, al ser un niño, se adapta fácilmente a su vida terrenal. Y, cegado por ella, se involucra totalmente en su juego y olvida su naturaleza divina.

El séptimo es la consciencia. Son los ojos del alma, que aportan sobriedad a la persona y la despiertan del sueño en el que se encuentra. Es la vuelta al «yo» supremo, a su naturaleza intrínseca.

La consciencia está vinculada a la propia memoria. Porque nadie puede hacer nada hasta que lo recuerda, hasta que despierta. Solo al recordar puede alguien cultivar emociones sublimes, desarrollarse verdaderamente, orar, hacer el bien, etc. 

Por eso lo primero que hay que hacer es acordarse de quién es «yo». Y no el «yo» que ha creado una falsa identidad, sino el verdadero «yo» en Dios.

Recordar esto es la base de las prácticas espirituales, es su principio. Por ello, es muy importante, para uno mismo y los demás, recordar el motivo sincero por el que nos encontramos en la Tierra: para desarrollarnos.

Cuando uno entra en la vida terrenal, su alma limitada por el cuerpo pierde muchos de sus poderes y habilidades:

– en el plano sutil tenía omnisciencia, aquí vive en la ignorancia, en la falsedad;

– en el plano sutil el alma sentía todo lo que sentían las demás; aquí, se siente solo a sí misma y se vuelve insensible e incluso cruel con otros seres y sus sufrimientos, y así surge el mal;

– en el plano sutil, sentía unidad con el mundo entero y con Dios; en el cuerpo siente su propio desapego y el desapego hacia los demás, y así surge el ego, que engendra codicia, miedo, celos, resentimiento y envidia.

La salvación de este problema solo puede lograrse desarrollando emociones sublimes que restablezcan la conexión con Dios, el sentido de pertenencia y unidad con todos los seres del Universo.

El cuerpo se mezcla con el alma como la leche con el agua. Y separarlos es muy difícil. Las ideas y las emociones influyen en el funcionamiento de nuestro cuerpo, pero el funcionamiento del cuerpo también tiene una gran influencia en la actividad espiritual. Un cuerpo enfermo perjudica al funcionamiento habitual de los sentimientos y las emociones. Incluso el hambre, el frío, el calor, los insectos, etc. que afectan al cuerpo alteran el funcionamiento del alma: la estructura de los pensamientos y las emociones. Por ello, hay que llevar un modelo de vida saludable, para que el cuerpo no distorsione el trabajo del alma. El yoga, las danzas sagradas y las artes marciales son tres métodos que las escuelas esotéricas han empleado para facilitar el correcto funcionamiento del cuerpo y el alma.

Cuando una persona nace en la Tierra, se olvida de quién era en el plano sutil, se le forma una nueva personalidad falsa bajo la influencia de una sociedad enferma, que la infecta con sus dolencias y emociones negativas, mentiras, egoísmo y vicios. Su mente se envenena con ideas y deseos.

Todos estos venenos perturban el trabajo del cuerpo, creando hábitos dañinos. Por lo tanto, es difícil deshacerse de las emociones negativas, ya que están apoyadas por un funcionamiento corporal distorsionado.

 

 

 


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